Al depurar y corregir los recuerdos de los hijos, los padres les editamos la vida.
Mañana iré al café. Escribiré, leeré, conversaré… ¡Ah!, olvidé limpiar la casa, mejor sacudo mi altar de muertos.
La literatura me mueve. Me avienta a la calle tan pronto la luz del día.
Cuando no puedo escribir, me pongo a limpiar la casa. Dulce dice que es histeria; no sé, lo cierto es que mi casa es un espejo.
Amarro sobre mi cuello las cuerdas del mandil de carnicero: me pongo a escribir.
(Del libro Anaforismos, 1996, Verdehalago).