La obra de Michel Tournier (1924-2016) se caracterizó por su austeridad y belleza escritural. De inicios tardíos en el mundo literario, su arribo a la novela fue, empero, exitoso, hecho que corroboró al consagrarse con El Rey de los Alisos, la segunda novela de su producción. Su culto por Flaubert y Sartre son patentes en la obra que nos legó: asombrosa elección, pues Flaubert es el padre de la novela moderna, el artífice capaz de escribir a partir de la nada (Vargas Llosa dixit) y Sartre, además de filósofo notable y escritor de cepa, era capaz de trastornar el espacio en que se movía. En esencia, el estilo Tournier es la fusión de una escritura calibrada −ligeramente digresiva− y al arte puro de seducir.
El siguiente fragmento es el inicio de El Rey de los Alisos (Premio Goncourt en 1970):
3 de enero de 1938. Eres un ogro, me decía a veces Rachel. ¿Un ogro? Es decir, ¿un monstruo fantástico, surgido de la noche de los tiempos? Sí, creo en mi naturaleza fantástica; quiero decir, en esta secreta complicidad que mezcla profundamente mi aventura personal con el curso de las cosas, y le permite inclinarlo a su favor.
También creo que surgí de la noche de los tiempos. Siempre me ha escandalizado la ligereza de los hombres que se preocupan afanosamente por lo que les espera después de la muerte, mientras que les importa un bledo lo que era de ellos antes de nacer. Este lado vale tanto como el otro, sobre todo porque, probablemente, es su clave. Ahora bien, yo ya estaba aquí hace mil años, hace cien mil años. Cuando la tierra todavía no era más que una bola de fuego girando en un cielo de helio, el alma que la hacía arder, que la hacía girar, era la mía. Y, además, la vertiginosa antigüedad de mis orígenes basta para explicar mi poder sobrenatural: hace tanto tiempo que el ser y yo caminamos juntos, somos tan viejos compañeros que, sin demasiado afecto, pero en virtud de una costumbre recíproca tan antigua como el mundo, nos comprendemos y no nos negamos nada.
En cuanto a la monstruosidad…
Para empezar, ¿qué es un monstruo? Ya la etimología nos reserva una sorpresa un tanto pavorosa: monstruo viene de mostrar. Un monstruo es lo que se muestra: con el dedo, en las ferias, etcétera. Y, por lo tanto, cuanto más monstruoso es un ser más hay que mostrarlo. Esto me pone los pelos de punta, puesto que yo sólo puedo vivir en la oscuridad y estoy convencido de que la multitud de mis semejantes sólo me deja vivir gracias a un malentendido, porque me ignora.
Para no ser un monstruo, uno tiene que asemejarse a sus congéneres, ser conforme a la especie o estar hecho a imagen de sus padres. O bien tener una progenie que le convierta en el primer eslabón de una nueva especie. Pues los monstruos no se reproducen. Los terneros de seis patas no pueden vivir. El mulo y el burdégano nacen estériles, como si la naturaleza quisiera cortar de raíz una experiencia que le parece poco razonable. Y en esto vuelvo a ver mi eternidad, que me sirve de padres y progenie a la vez. Viejo como el mundo, inmortal como él, sólo puedo tener un padre y una madre putativos, e hijos adoptados.
Releo estas líneas. Me llamo Abel Tiffauges, tengo un garaje en la plaza de la Porte-des-Ternes, y no estoy loco. Sin embargo, lo que acabo de escribir debe ser considerado con absoluta seriedad. ¿Entonces? Entonces, el futuro tendrá por función esencial demostrar −o, más exactamente, ilustrar− la seriedad de las líneas precedentes.
Ser novelista homenajea al autor francés obsequiando tres de sus libros: Celebraciones, El Rey de los Alisos y Gaspar, Melchor y Baltasar. (Dar click en los enlaces para descargar).