Ha transcurrido el tiempo de existencia de las redes sociales y uno como escritor se sigue preguntando sobre las posibilidades de escritura que nos han ofrecido y ofrecen, incluso de escritura compartida y por supuesto de lectura compartida. En una búsqueda ciberespacial veloz, es posible hallar una lista de redes sociales que surgieron desde y para lo literario: Falsaria, Lecturalia, Quelibroleo., Librofilia y Entrelectores, redes que conjuntan a gente cuyo amor primordial es la literatura.
Muchos llegamos a FB huyendo de la banalidad de redes de la era de la Web 1.0: Hi5 y MySpace (que no era nada mala, por cierto: ahí conocí a decenas de artistas y buenos escritores, incluso un par de excelentes críticos literarios). ¿Por qué llegamos a FB?: era un sitio serio, sólo se escribía, sólo se posteaban cosas serias y no había emoticones, texto de colores para felicitar ni apps de juegos. El término Facebook viene de unos cuadernos de los años ochenta, cuadernos con fotos y biografías de estudiantes.
(A veces Zuckerberg se sacude la frivolidad que él ha permitido y sugiere listas de libros por leer. al menos así entre los usuarios una disciplina lectora de un libro al mes).
¿Redes sociales para escribir? En cierto punto de su desarrollo, surgió la plataforma Wattpad. que promovió no sólo la posibilidad de compartir libros, sino la de la escritura y autopublicación. Debo decir que en ese reguero de pólvora de escritura, la mayor parte de lo publicado fue fanfiction y en últimas fechas, sagas fantásticas en el mismo espíritu de Game of Thrones, que tanto daño le ha hecho la Humanidad . A la par de todo ello, se generaron sin gran éxito redes sociales de escritores. Luego surgieron redes sociales literarias con mejor proyección: Goodreads, Lecturalia.
Hoy por hoy, Goodreads es un espacio donde los lectores hacen algo semejante a sus cánones; listas de libros leídos o recomendados o por conseguir para leer. Las editoriales y medios consultan Goodreads para conocer la recepción de tal o cual obra.
Twitter llegó cuando aún se estaban produciendo las últimas máquinas de escribir, en 2012, por la compañía Brother. Estos artefactos duraron más de 130 años, y puede decirse que prácticamente toda la literatura del siglo XX fue mecanografiada. (Algo más, un tuitero de aquellos tiempos fue Nietzsche, un enamorado de la tecnología (de aquellos tiempos) al grado tal que se compró una de las primeras máquinas de escribir y aprendió mecanografía de manera seria de tal modo que podía teclear en la oscuridad. Hay estudios que muestran la evolución de la escritura de Nietzsche con al máquina de escribir, tornándose más sintética, precisa y puntual: elementos que en su momento el Twitter de la primera época promovió. Joserra ha hablado de la escritura de Nietzsche como una que los jóvenes pueden disfrutar ahora mismo porque se lee como si se fuesen ingiriendo snacks.)
Fascinados por los desafíos de la micro escritura de Twitter, muchos escritores abrieron su cuenta y empezaron a explorar lo que puede hacerse con un escrito restringido a una extensión tan breve. En los orígenes de este mundo, la RAE fue reacia a emplear el términotweet, incluso tardó en abrirse una cuenta en la red social, hasta que en su reciente diccionario, el de la edición vigésimo tercera, admitieron ellos mismos el término tuit, para el que evito las cursivas porque ya no es extranjerismo. No sólo surgió el reto de escribir en la brevedad, sino de experimentar, explorar la relación de tuits y el meta texto, mucho antes de que surgiese el odioso término abro hilo.
Hace años estuve en una reunión de escritores, entre los que se hallaban Cristina Rivera-Garza, una enamorada de la escritura experimental en el mricroblogging, Rosa Beltrán y Carla Faesler. Con celular en mano y la aplicación de TW abierta, CRG y RB empezaron a tener ocurrencias que por mera diversión tuitearon a cuatro manos. Carla Faesler, que entonces no usaba TW, captó sin embargo la idea de la precisión requerida, y de la ironía que se agradece en un tuit, y como buena poeta les iba indicando, basada en su oído tan afinado, cuál era el mejor orden de las palabras para los tuits que entonces surgieron. Sin duda, un buen tuit no puede sonar mal.
Comparo a la tuiteratura, definida así por @albertochimalet al, con el Feng Shui. El Feng Shui y la escritura en Twitter comparten la potenciación del espacio organizando elementos para que fluya la energía.
Comparo a la tuitescritura (digamos, los #cuentuitos) con punzadas precisas de aguja en puntos localizados del TL. Tuitear es practicar una acupuntura de precisión sobre meridianos textuales, para que, similarmente, fluya la energía por doquier.
Comparo el ejercicio de tuitear (i.e., dar tratamiento textual, o bien terapia textual) con la homeopatía. Tal como en la homeopatía, el tratamiento textual se dispara administrando microdosis de máxima potencia.
El aforismo se potenció en Twitter, tuvo su nuevo auge después de Karl Krauss, el maestro de lo políticamente incorrecto, a quien en mi caso transcribí, esto es, (re)tuiteé, porque en el fondo, Krauss fue un escritor de tuits.
Las redes sociales permitieron dar espacio a autores del pasado que, sin saberlo, practicaban el microblogging: el ya citado Nietzsche, Wittgenstein, Karl Krauss, Cioran, etc. Mucha gente disfrutó compartiéndolos en posts de FB o en tuits, tanto de 140 caracteres (en la época de gloria de Twitter) o de 280 (en la segunda época de TW, que permitió a gente como Trump esparcir sus improperios). Se debe a Trump que Twitter, en un momento de enorme decadencia, haya tenido un segundo aliento. Donald Trump es, también, un vivo ejemplo que en TW se puede generar, obtener literatura.
Es bien llamativo que unos de los intelectos más finos, el de @Nein, que no es otro sino Eric Jarosinski, un intelectual en literatura y cultura alemana. Anagrama ha publicado una selección generosa de sus tuits aforísticos, y el aforismo es, para él, algo que interpela a la vida moderna. En TW, podría decirse, Jarosinski sometió a una revolución el aforismo y lo volvió algo propio del siglo XXI.
Del 2006, año de creación de Twitter a la fecha, bien podrían ir los expertos, ir valorando qué ha dejado en el camino y qué panoramas abre. A mi juicio, en el ámbito de la ficción hiperbreve, las microhistorias, siguieron igual, no evolucionaron, pero sí surgió la hibridación que permitió ser a escritos brevísimos cuya unión devino en novelas breves o textos interconectados, multiplicados y potenciados.
El haikú no evolucionó con TW.
La escritura de palíndromos floreció, y de algún modo explotó.
De nuevo, la escritura experimental, la hibridación de escritos que permite Twitter, en su calidad de red social, más que escritural, obtener nuevas creaciones: textos poéticos, por ejemplo, a partir de arrebatos e increpación:
Hace dos años, el escritor Roa Sears reunió y sampleó fragmentos de tuits de Donald Trump para terminar facturando el libro de poemas The Beautiful Poetry of Donald Trump. Así mismo hizo el noruego Chris Felt, que a partir de un ejercicio similar obtuvo el libro Make Poetry Great Again, publicado por la editorial Kaggen, vendido por 32 euros y agotado en unos días.
Pero no olvidemos que FB y TW, ante todo, nacieron como redes sociales y como tales mantienen su espíritu, del que puede y debería participar la literatura escrita en sus plataformas.
A menos que se rescate lo escrito en las redes sociales para llevarlo a otros soportes, todo lo escrito ahí está destinado a quedar sepultado entre montañas de pastos y microblogging,por más que la Biblioteca del Congreso de los EE. UU. realice respaldos virtuales.
Se escribe en redes sociales mientras otros miran, de modo tal que la escritura ahí se convierte en un arma de doble filo. Puede surgir a la menor provocación el encono de la gente ante otra gente.
FB es un buen desinhibidor de la personalidad, ¿por qué no podría ser un buen desinhibidor del las obsesiones escriturales y mecanismo de hallazgo escritural? La escritura en tiempo real genera sin duda ventajas porque coloca al lector en un nivel de horizontalidad con respecto al escritor. Por otro lado, FB no puede ser el canal de la escritura toda vez a que un post está casi siempre sujeto a una exigencia de lo políticamente correcto, a la posibilidad de la dilapidación, y, también, la denuncia. Con ello quiero decir que las redes sociales son un posible espacio alterno y paralelo de escritura, pero no dan salida, lugar, a esas fuerzas oscuras del mal que habitan en el escritor y que, a decir de George Bataille, deben hallar inevitablemente su cause y su forma de reintegrarse a la vida.
Cuando de escritura en redes sociales se trata, yo refiero lo políticamente incorrecto que lo políticamente correcto: no abrí Twitter para que otros me indiquen cómo debería ser el mundo.
Algunas cosas de lo políticamente incorrecto que me gusta de Twitter y Facebook, es la posibilidad y el placer de poner en boca de otros lo que dice uno. Cito que en una ocasión, en un instante de mucho enojo y estrés en el metro, donde era no sólo imposible entrar a los vagones, sino avanzar en un tramo angosto de escaleras, maldije con expresiones políticamente incorrectas a la gente. Luego dije exasperado a mi acompañante: ¿De dónde salieron todos estos hijos de puta? Mi acompañante se limitó a decir con cierto humor: de sus mamis. Eso no puedo tuitearlo, me dije llegando a casa, es políticamehte incorrecto por varias razones. Así que lo posteé a modo de diálogo, como si yo se lo hubiese escuchado a otros en el metro. Y me divertí con ello.
Bueno, creo de nuevo que hay cierto placer en ser políticamente incorrectos en la redes sociales.
En TW se requiere espontaneidad y también velocidad en los dedos.
Hay, por otra parte, el placer de escribir sobre la vida y sobre los que nos rodean etiquetando.
Los invito a checar al hashtag #Tuitspolíticamenteincorrectos.
Leo algunos tuits políticamente incorrectos:
Sé de veganos que se orgasmean con videos de gatitos comiendo verduras: su éxtasis sería mayor si alguien les dijera que se trata de vegetales orgánicos.
Aquí, escuchando a los Smiths en conmemoración del Día Internacional para la Prevención del Suicidio.
Me subí al vagón del metro con el proletariado y me gustó: hasta siento que voy en patineta.
¿Qué es peor, ser animadora o mascota en un partido de beisbol?
Las redes sociales nos permite enmascararnos: decir lo que no diríamos de otra manera, políticamente incorrecto e, incluso, políticamente correcto.
TW y FB, ante todo, nos dejan hacernos acompañar de otros, y volverlos partícipes, cómplices de nuestros procesos de escritura. Insisto, no son sólo para lo intelectual y literario, sino como vía para tener contacto con la vida: Por TW, alguien de MTY salvó mi vida diciéndome cómo encender el fuego de una parrillada sin ocotes, combustible, etc. Usa azúcar, me indicaron, y salvaron mi resputación y cuota de genero como maestro asador.
En mis talleres de novela colemos leer a varios autores, y he adquirido la costumbre de exclamar, cuando leemos a un autor deslumbrante, ¡qué bien escribe!, ¡perro maldito! Hace dos días recurrí a uno de los odiosos hilos de los que hablan líneas atrás y me propuse hacer una lista de autores magistrales, a los que sin lugar a dudas amamos pero odiamos en la misma medida por haber conseguido lo que quizá nosotros nunca. Usé la etiqueta #PerroMaldito como un mote homenaje. Mi experimento espontáneo en TW fue una suerte de critica literaria y reunión de microcanon, que arranqué con: Cormac McCarthy y al que añadí a Danilo Kis. Escritores como Omar Nieto, David Miklos y Catalina Khüne se sumaron a la cascada de autores, con el hashtag susodicho, del que, al parecer, resultó el ganador sobresaliente el genio húngaro László Krasznahorkai.
¿Generan literatura las redes sociales? Por supuesto, y el ejemplo de los poemas de Trump son la muestra. Y si no generan escritura de verdad, lo que sea que eso signifique, al menos motivan al hábito y disciplina de la escritura. Alberto Chimal propone, como ejercicio de gimnasio, escribir al menos mil caracteres al día. Propone, Alberto Chimal, que si un día no logramos escribir un relato o el capítulo de una novela, escribamos, al menos, un buen post de FB.
Twitter, por su lado, es un bien mecanismo para estar siempre alertas. A veces esas frases de otros que deseamos robarnos son pronunciadas en cierta parte en el momento menos esperado, y debemos tener buena memoria a corto plazo, así como dedos veloces para teclear y no perder la frase contundente, como la escuchada por mí en TV a Sheldon Cooper, de The Big Bang Theory:
Soy un hombre de azúcar en un mundo de hormigas.
Y es que sí, ahí había un tuit y era necesario no perderlo.
Texto leído para el WordFest 3.0, en su emisión del 2019 en la ciudad de Toluca. (Fuente de la imagen: The Guardian).