Recuerdos de la confección de una novela

No recuerdo ya dónde fue el comienzo, sé que no empecé por el principio: por decirlo de algún modo todo resultó escrito al mismo tiempo. Todo estaba o parecía estar, como en el espacio temporal de un piano abierto, en las teclas simultáneas del piano.

Escribí buscando con mucha atención lo que en mí se estaba organizando, y que sólo después de la quinta paciente copia empecé a percibir. Empecé a comprender mejor lo que quería expresarse.

Mi recelo era que, por impaciencia con la lentitud que tengo para comprenderme, estuviera apresurando antes de tiempo algún sentido. Tenía la impresión, o mejor, la seguridad de que, cuanto más tiempo me concediera, la historia diría sin convulsiones lo que tenía que decir.

Siempre me parece una cuestión de paciencia, de amor creando paciencia, de paciencia creando amor.

El libro se fue levantando por decirlo de algún modo al mismo tiempo, emergiendo más por aquí que por allí, o de pronto más por allí que por aquí: yo interrumpía una frase en el capítulo 10, digamos, para escribir lo que era capítulo dos, a su vez interrumpido durtante meses porque escribiría el capítulo 18. Esa paciencia sí la tuve, la de soportar, sin siquiera el recuerdo de una promesa de realización, la gran incomodidad del desorden. Si bien también es cierto que el orden coarta.

Como siempre, la dificultad mayor era la espera. (Estoy sintiendo algo extraño, diría una mujer al médico, Es que la señora va a tener un hijo. Y yo que creía que me estaba muriendo, respondería la mujer). El alma deformada, creciando, inflándose, sin siquera saber que aquello es espera de algo que se forma y que saldrá a la luz.

Además de la espera difícil, la paciencia de recomponer por escrito paulatinamente la visión inicial que fue instantánea. Recobrar la visión es muy difícil.

Y como si eso no bastara, lamentablemente no sé redactar, no logro relatar una idea, no sé «vestir una idea con palabras». Lo que escribo no se refiere al pasado de un pensamiento, sino a que es el pensamiento presente: lo que viene a cuento ya viene con sus palabras adecuadas e insustituibles, o no existe.

Al escribirlo, de nuevo la seguridad sólo aparentemente paradójica de lo que complica al escribir es tener que emplear palabras. Es incómodo. Es como si yo quisiera escribir una comunicación más directa, una comprensión muda como tiene lugar a veces entre las personas. Si yo pudiera escribir mediante el dibujo en la madera o las caricias en la cabeza de un niño o un paseo por el campo, jamás habría entrado en el camino de la palabra. Haría lo que tanta gente que no escribe hace, y exactamente con la misma alegría y el mismo tormento de quien escribe: viviría, no usaría palabras. Lo que podría ser mi solución. Si lo fuera, bienvenida.

Clarice Lispector. Del libro: Revelación de un mundo.

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