Energía sorda y constante de la voluntad 

Hace poco escribí un artículo, Encuadrar el círculo, acerca de mi paso por el mundo de la ciencia mientras me cultivaba como escritor. Hasta la fecha se me sigue preguntando (lo hago también yo) qué me dejaron tantos años de estudio, sobre todo cómo me apropio de los aprendido para escribir novela. A la cuestión solía responder que la ciencia me dio claridad de pensamiento, rigor en la mirada, &c.

¿Volvería a estudiar ciencias? Lo ignoro, pero de renacer empezaría mucho antes a escribir de tiempo completo, lo que eso implique y signifique.

En retrospectiva, y dado que después de mi ahínco por la ciencia no ejerzo más el oficio, me aferro a la pregunta: ¿qué obtuve en realidad de todo ese aprendizaje? Antes de responder miro al presente inmediato, veo las cuartillas del borrador  de novela que acabo de finalizar y aún siento como si las fuerzas hubiesen abandonado mi cuerpo. Requiero valor, fortaleza física e intelectual, carácter para la concentración y continuidad que me exige lo que estoy creando. Ahí entra en juego mi vida como aprendiz de científico. No disfruté del todo los primeros años de mi carrera. ¿Me extasiaba? Sí. ¿Respondían los postulados y teoremas a mis exigencias de asombro y creación? También, pero no gocé esos primeros años en que cada quincena debía preparar exámenes estresantes que me impedían el deleite desnudo. Mi prueba, comprendí después de años, era enfrentar el terror: adquirir el temple y carácter al que Henry Lacordaire llamaba la energía sorda y constante de la voluntad. Sordera y constancia son dos cualidades de la energía que se requieren para aprender ciencias, y también la ciencia de la novela.

En la factura de toda novela se llega por definición a un punto en el que se ignora qué sigue, cómo continuar para llenar un vacío. (De A a B hay un mundo vasto y anchuroso: lo que se halla en medio es justo la novela). Por necesidad, uno debe enfrentar el terror, o abandonar la empresa. No existe novelista sin carácter. Así me curo en vida y determino que los casi diesiséis años que invertí en la ciencia, forjando el carácter, fueron en realidad una preparación para la novela. Y alabado sea Barthes.

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